Pañuelos Blancos
Al alma circunspecta y el cuerpo estremecido

de los que partían adultos solo le solía acompañar el movimiento oscilante, aleatorio e intermitente de un trozo de tela blanca que sostenían con la fuerza apenas suficientes para el flameo de la pieza aquellos quienes recargaban desde proa a popa el estribor de las naves que zarpaban, acompasados con los postrados en las barandas y tablas que definían la última línea de la tierra de la que se desprendían.
Esa era la ceremonia que desde antes de la colonia y hasta la primera mitad del siglo XIX definiera el paisaje de los puertos marinos del ya entonces “viejo mundo”, especialmente homogénea luego de la finalizada la segunda guerra cuando en los muelles de la convaleciente Europa familiares se despedían con amargura a sus congéneres que decidían emprender la aventura que prometía la América entera, buscando las oportunidades que les fueran arrebatadas por la guerra pero con la fortuna de haberla superado y supervivido, oportunidades no circunscritas en absoluto a ningún punto de la Vertical Geografía de un continente que amplio y generoso se abría de brazos en toda su extensión a los que recién llagaban con las maletas vacías y las manos ocupadas según relataran los protagonistas, en la tarea de tapar el pudor adverso y reverso de sus cuerpos. Esos mismos que cargados solos de sueños, ideas, proyectos y ambiciones, llegaron ricos en entusiasmo, voluntad y movidos por la más legítima necesidad de garantizar la supervivencia para sus dependientes.
Desprendidos de todo lo conocido y de todo lo querido, partían moviendo sus manos de cara a todos aquellos que dejaban atrás, con la incertidumbre de un eventual reencuentro sin plaza ni calendario, que en algunos casos ocurriera y otros tantos quizá en este plano no lo consiguieran.
Pañuelos que partieron impregnados de promesas, de lágrimas, de perfumes y de besos, hubo que guardarlos para no contaminarlos con el sudor que seguro encontraron en los talleres y cocinas aquellos que los sostuvieron, procurándolos “limpios” hasta el momento de regresarlos a aquellos quienes los obsequiaren antes de la partida o dejarlos a suerte de testigos a los relevos encargados de conseguirlo.
De viva voz crecí escuchando estas historias de quienes la vivieron, quienes con entusiasta narrativa y ojos brillantes entregaban narrando su legado de esa historia, orgullosos de su origen y agradecidos con su destino.
Sesenta años han pasado, tres generaciones han vivido, una cuarta que brota y hoy sin que aquellos viajeros siquiera lo imaginasen, a nosotros sus descendientes nos toca regresar de nuevo desdibujando las líneas que definieron el origen e identificaron el destino. ¿Cuál entonces es el origen y cuál es ahora el destino, si retornando al “viejo continente” llegamos a nuestro origen o es ese nuestro destino, si fuere este nuestro destino entonces acaso no esteraríamos regresando de aquellos viajeros a su Origen?
Sin Pañuelos Blancos

Sin pañuelos Blancos, quien parte hoy, parte de espaldas a los que dejan, No por Voluntad, más bien arrastrados por una masa humana plural y heterogénea que se mueve ansiosa y parte sin lograr reconocer la línea de tierra que deja.
Sin pañuelos Blancos, quien parte hoy lleva sus manos bien ocupadas en la opuesta tarea de mover las repletas valijas que ha preparado con variedad de enseres y utensilios que ni seguridad tendrá de necesitar y con la incertidumbre de no saber si los que necesitara son los que habrá de mover.
Sin pañuelos Blancos, impregnados de perfumes o besos, quien parte espera conseguir en su destino por los menos trazos de la despedida en el cuello de su camisa.
Sin pañuelos Blancos, igualmente partimos dejando atrás lo que amamos y a quienes amamos e igualmente nos movemos por la legítima motivación de procurar el bienestar para los descendientes, sin saber luego de otras generaciones a donde estaremos.
Sin pañuelos Blancos, partimos porque la oportunidad nos la arrebata, esta vez no la guerra, sino el deterioro de lo moral y lo social, la violencia, la inseguridad y la incertidumbre de un país que se niega a reconocer que camina sobre los escombros de lo que hasta hace poco habían construidos aquellos viajeros que llegaron de pañuelo en mano.
Esta vez sin pañuelos Blancos, partimos de nuevo llenos de esperanza, entusiasmos y proyectos, pero no sabemos cómo encontraremos los brazos de aquellos del continente del cual erase una vez salieron nuestros abuelos.
No por falta de pañuelos, faltan ahora los sentimientos que antes embargaron a quienes llegaron y no por falta de pañuelos perderemos el testimonio de donde partimos.
Al igual que aquellos viajeros, nos encomendamos a Dios y aplicaremos toda la voluntad para dejar el mismo legado que nos fuese entregado. Amen.
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